El Leon, la Bruja y el RoperoCapítulo Uno
Lucía Investiga en
el Ropero
Había una vez cuatro niños cuyos nombres eran Pedro, Susana, Edmundo y Lucía. Esta historia relata lo que les sucedió cuando, durante la guerra y a causa de los bombardeos, fueron enviados lejos de Londres a la casa de un viejo profesor. Éste vivía en medio del campo, a diez millas de la estación más cercana y a dos millas del correo más próximo. El profesor no era casado, así es que un ama de llaves, la señora Macready, y tres sirvientas atendían su casa. (Las sirvientas se llamaban Ivy, Margarita y Betty, pero ellas no intervienen mucho en esta historia.)
El anciano profesor tenía un aspecto curioso, pues su cabello blanco no sólo le cubría la cabeza sino también casi toda la cara. Los niños simpatizaron con él al instante, a pesar de que Lucía, la menor, sintió miedo al verlo por primera vez, y Edmundo, algo mayor que ella, escondió su risa tras un pañuelo y simuló sonarse sin interrupción.
Después de ese primer día y en cuanto dieron las buenas noches al profesor, los niños subieron a sus habitaciones en el segundo piso y se reunieron en el dormitorio de las niñas para comentar todo lo ocurrido.
-- Hemos tenido una suerte fantástica-- dijo Pedro -- . Lo pasaremos muy bien aquí. El viejo profesor es una buena persona y nos permitirá hacer todo lo que queramos.
-- Es un anciano encantador-- dijo Susana.
-- ¡Cállate!-- exclamó Edmundo. Estaba cansado, aunque fingía no estarlo, y esto lo ponía siempre de un humor insoportable -- . ¡No sigas hablando de esa manera!
-- ¿De qué manera?-- preguntó Susana -- . Además ya es hora de que estés en la cama.
-- Tratas de hablar como mamá-- dijo Edmundo -- . ¿Quién eres para venir a decirme cuándo tengo que ir a la cama? ¡Eres tú quien debe irse a acostar!
-- Mejor será que todos vayamos a dormir-- interrumpió Lucía -- . Si nos encuentran conversando aquí, habrá un tremendo lío.
-- No lo habrá-- repuso Pedro, con tono seguro -- . Éste es el tipo de casa en la que a nadie le preocupará lo que nosotros hagamos. En todo caso, ninguna persona nos va a oír. Estamos como a diez minutos del comedor y hay numerosos pasillos, escaleras y rincones entremedio.-- ¿Qué es ese ruido?-- dijo Lucía de repente.
Ésta era la casa más grande que ella había conocido en su vida. Pensó en todos esos pasillos, escaleras y rincones, y sintió que algo parecido a un escalofrío la recorría de pies a cabeza.
-- No es más que un pájaro, tonta-- dijo Edmundo.
-- Es una lechuza-- agregó Pedro -- . Éste debe ser un lugar maravilloso para los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor que todos vayamos a la cama, pero mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar cualquier cosa. ¿Vieron las montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede ser que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones...
-- Y tejones-- dijo Lucía.
-- Y zorros-- dijo Edmundo.
-- Y conejos-- agregó Susana.
Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al mirar por la ventana, no se veían las montañas ni los bosques; ni siquiera la acequia del jardín.
-- Tenía que llover!-- exclamó Edmundo.
Los niños habían tomado el desayuno con el profesor, y en ese momento se encontraban en una sala del segundo piso que el anciano había destinado para ellos. Era una larga habitación de techo bajo, con dos ventanas hacia un lado y dos hacia el otro.
-- Deja de quejarte, Ed-- dijo Susana -- . Te apuesto diez a uno a que aclara en menos de una hora. Por lo demás, estamos bastante cómodos y tenemos un montón de libros.
-- Por mi parte, yo me voy a explorar la casa-- dijo Pedro.
La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. La casa era uno de aquellos edificios llenos de lugares inesperados, que nunca se conocen por completo. Las primeras habitaciones que recorrieron estaban totalmente vacías, tal como los niños esperaban. Pero pronto llegaron a una sala muy larga con las paredes repletas de cuadros, en la que encontraron una armadura. Después pasaron a otra completamente cubierta por un tapiz verde y en la que había un arpa arrinconada. Tres peldaños más abajo y cinco hacia arriba los llevaron hasta un pequeño zaguán. Desde ahí entraron en una serie de habitaciones que desembocaban unas en otras. Todas tenían estanterías repletas de libros, 1a mayoría muy antiguos y algunos tan grandes como la Biblia de una iglesia. Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo había un gran ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nada más, excepto una botella azul en la repisa de la ventana.
-- Nada por aquí!-- exclamó Pedro, y todos los niños se precipitaron hacia la puerta para continuar la excursión. Todos menos Lucía, que se quedó atrás. Qué habría dentro del armario? Valía la pena averiguarlo, aunque, seguramente, estaría cerrado con llave. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin dificultad. Dos bolitas de naftalina rodaron por el suelo.
La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el tacto y el olor de las pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la puerta abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó algo más y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro ahí adentro, así es que mantuvo los brazos estirados para no chocar con el fondo del ropero Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la madera del ropero con la punta de los dedos, pero no llegaba nunca hasta el fondo.
-- ¡Este debe de ser un guardarropa gigantesco!-- murmuró Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los abrigos para abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo us pies.
El Leon, la Bruja y el Ropero. Copyright © by C. Lewis. Reprinted by permission of HarperCollins Publishers, Inc. All rights reserved. Available now wherever books are sold.
Excerpted from El Leon, la Bruja y el Ropero by C. S. Lewis
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