Perma-Bound Edition ©2020 | -- |
Publisher's Hardcover ©2020 | -- |
Paperback ©2020 | -- |
Refugees. Fiction.
Detention of persons. Fiction.
Emigration and immigration. Fiction.
Mexicans. United States. Fiction.
Orphans. Fiction.
Refugiados. Novela. slem.
Detencion de personas. Novela. slem.
Inmigracion y emigracion. Novela. slem.
Mexicanos. Estados Unidos. Novela. slem.
Huerfanso. Novela. slem.
Spanish language materials.
Materiales lectura en idioma espanol. slem.
CAPÍTULO 1
Estado de Chihuahua, México
Santiago observó a su tío Ysidro caminar delante de él y de los tres niños pequeños como si fueran piedras en el jardín. Los pequeños ni levantaron la vista de las bolas de fango con las cuales jugaban con la llegada de su papá. Mejor así pues no vieron en el rostro de su papá la expresión de una tormenta a punto de estallar.
De un salto Santiago se puso de pie cuando la puerta de entrada se cerró de un portazo detrás de su tío, listo para llevar a los niños a un lugar seguro antes de que la tormenta estallara. Pero no fue lo suficientemente rápido.
--¿Qué quieres decir con que te corrieron? --A través de la puerta cerrada se podía escuchar claramente la voz de la tía Roberta.
--¿Les he contado el cuento del zanate que canta? --Santiago susurró mientras señalaba a un poste. Le silbó al pájaro trepado encima de la madera podrida, listo para inventar un cuento. Pero los niños, Jesús, Apolo y Artemisa, a quienes normalmente les gustaba escuchar los cuentos de Santiago, estaban demasiado envueltos en los proyectos que hacían con las bolas de fango para prestarle atención a ninguna otra cosa. Ni siquiera a los gritos que venían de la casa. Pero las bolas de fango no impedían que Santiago escuchara todo lo que estaba pasando.
--¡Quiero decir que insultaste a la esposa del patrón y a mí me corrieron! --gritó el tío Ysidro.
--¿Cuándo es que he conocido a la esposa del patrón?
La viejita de al lado abrió su ventana un poco más. Como no tenía televisor, su principal entretenimiento consistía en escuchar a escondidas lo que pasaba en toda la calle. Santiago hubiera dado cualquier cosa por tener un televisor que lo entretuviera.
--Aparentemente la conociste esta mañana cuando estaba parada delante de ti mientras esperaban por el autobús.
--¿Patas flacas? --comentó la tía Roberta--. ¿Esa era ella?
--¡Patas flacas! --Artemisa chilló como si decirle a alguien patas flacas fuera el insulto más gracioso del mundo. Probablemente lo era para una niña de dos años y medio.
--¿Eso fue lo que le dijiste? --exclamó el tío Ysidro.
--¡Ella se coló delante de mí!
El tío Ysidro lanzó un llanto de maldiciones. Santiago le restó importancia chapoteando con sus manos en el fango para que los niños lo imitaran y no escucharan.
Aún así, los gritos siguientes del tío Ysidro se pudieron escuchar claramente.
--¿Cómo se te ocurrió decirle eso a ella?
El ruido de una cazuela chocando contra el suelo se escuchó de la cocina. Esta vez, Jesús y Artemisa levantaron la vista del fango.
--Ay, magnífico. Esa era nuestra única comida. --Las acusaciones de la tía Roberta se escucharon tan claramente que la viejita de al lado debía de estar contentísima con la recepción excelente que estaba teniendo--. A menos que recojas el arroz del suelo, no tenemos nada más que comer esta noche y vamos a pasar hambre.
--¿Cómo que no tenemos nada más que comer? Yo te di dinero para hacer compras hace dos días.
--Sí, pero malamente me diste suficiente dinero para una sola comida.
--Bueno, búscate tú un trabajo y vamos a ver cuánto ganas después de trabajar doce o quince horas diarias. --La puerta se abrió bruscamente y se cerró de un portazo detrás del tío Ysidro. Si Santiago y los pequeños habían sido invisibles antes, ahora eran inexistentes. El tío pisó un zapato que uno de los niños se había quitado, pero ni se dio cuenta al cruzar la calle en dirección a la cervecería del vecindario.
Santiago esperaba que la tía saliera corriendo detrás de su marido, pero la puerta permaneció cerrada.
Un mechón de pelo cubrió el ojo de Apolo, y Santiago se lo quitó, cuidando no manchar de fango la cara del niño.
--Qué lastima que estas bolas de fango no se puedan comer --les dijo a los pequeños a su cargo--. Quizás tengamos entonces que engullirlos a ustedes. --Embarró de fango la barriga de Jesús que dejó escapar una risita.
Apolo y Artemisa comenzaron a menear sus manos y a bailar sentados. Santiago les hizo cosquillas a los tres hasta que se pararon y, tambaleando, corrieron entre risas para terminar cayéndose en el fango.
--¿Por qué están mis hijos jugando en el fango como si fueran huérfanos? --la tía Roberta se paró delante de ellos con las manos en las caderas y el ceño fruncido en su rostro rojo.
Santiago ignoró el comentario sobre los huérfanos como hacía con todos los insultos que su tía le lanzaba. Tenía razón, los niños estaban sucios y cubiertos de fango desde la cabeza hasta los pañales, pero estaban contentos, entretenidos y a salvo. Lo cual era una rareza en esa casa.
--Como hace tanto calor, pensé que lo disfrutarían. No te preocupes. Yo me encargo de lavarlos. --Cargó a Artemisa para dirigirse a la bomba de agua que estaba afuera, pero su tía bloqueó su camino.
--No tienes tiempo. El último autobús sale dentro de poco. --Metió la mano en el bolsillo del delantal y le entregó unas monedas, lo suficiente para pagar el pasaje del autobús.
--No te podemos mantener más. Dile a tu abuela que lo sentimos.
Sentirlo no llegaba ni a los talones de como él se sentía. Santiago dejó que la pequeña se deslizara de su cuerpo dejando manchas de fango en su pecho desnudo y en su pantalón. Su mano rozó sin querer las huellas de las quemaduras que aún estaban visibles en su brazo mientras recordaba el dolor de la quemadura de los cigarrillos la última vez que se había quedado con su abuela.
--¿Y los bebés? ¿Quién se va a ocupar de ellos? --Santiago habló sin pensar lo que decía. Una sombra oscureció los ojos de su tía. Él lanzó su cabeza hacia atrás y en ese instante la mano de ella no pudo hacer contacto con la mejilla de Santiago. El no haber logrado su objetivo enfureció a la tía aún más.
--Yo soy la madre. ¿Tú crees que yo no puedo criar a mis propios hijos? Yo me las arreglaba de lo más bien antes de que tú llegaras.
Ahora sí Santiago mantuvo su boca cerrada. Ella tenía un concepto muy diferente de lo que era «de lo más bien». Él recordaba muy bien cómo había sido la última boda de uno de sus primos. Los tres niños habían gritado sin parar, los habían sacado de la iglesia pateando y cuando se lograron soltar, metieron las seis manos hambrientas en el bizcocho de boda mientras la tía lloraba jurando por Dios que ella no podía aguantarlos más. Sí, ella se las arreglaba de lo más bien.
Fue su abuela, que en su mente Santiago llamaba la malvada, a quien se le ocurrió la idea brillante de mandar a Santiago a casa de sus tíos para que se hicieran cargo de los niños. A su tía (que era realmente su prima y no su tía) le encantó la idea de tener una niñera gratis y la malvada estaba contenta de poder librarse del nieto que detestaba.
Santiago no protestó. Honestamente, eso sí le cayó de lo más bien. Claro, la tía lo culpaba por todo: que los niños hubieran tenido varicela, piojos, irritación con los pañales, catarros continuos, el no hablar en oraciones completas, despertarse durante la noche, no comer, comer demasiado. Pero aún así no se podía comparar con los abusos de vivir con su abuela.
--Por favor, déjame quedarme. --Santiago extendió su mano para devolverle a su tía las monedas que le había dado para el autobús. Pero ella lo ignoró--. Yo me hago cargo de todo esta noche. Descansa. Yo me ocupo de bañar a los niños, de darles comida...
--No hay nada que comer, idiota --ella le recordó.
--¿Y si yo consigo trabajo?
--¿Qué trabajo vas a conseguir cuando tu tío está sin nada?
Santiago no pudo responder. Nadie tenía ningún trabajo que ofrecer. Nadie tenía dinero de sobra para pagarle a alguien por trabajar.
La tía Roberta cruzó los brazos sobre su pecho y señaló hacia la calle.
--Lárgate. A menos que quieras caminar por dos horas hasta llegar a la casa de tu abuela, es mejor que te vayas ahora.
Santiago miró hacia la casa que había sido su hogar por los últimos siete meses. En la habitación que compartía con los tres niños había ropa que le quedaba pequeña. Lo único que poseía era una navaja que había encontrado en la calle. La cuchilla casi no cortaba, las tijeras no abrían y faltaban el palillo de dientes y las pinzas, pero la navaja era suya. Como todas las buenas navajas, permanecía con él todo el tiempo.
Se lavó el fango de las manos y de su pecho en la bomba de agua y se puso la camiseta que se había quitado para jugar en el fango. Apolo se paró frente a él y subió los brazos para que él lo cargara, pero la tía Roberta se pusó frente a los niños bloqueándoles el acceso a su niñera. Artemisa formó una bola grande y pegajosa de fango y la lanzó al zapato de su madre. Pero ella no lo notó. Su atención estaba puesta en Santiago.
Santiago miró los rostros de cada uno de los niños, rostros que le habían llegado al corazón. Alzó su mano en señal de despedida.
--Hagan caso a su mamá, chiquitines.
Ya no pudiendo seguir con las miradas que le daban, Santiago tomó el mismo camino por el cual su tío se había ido unos momentos antes. En perfecta sincronía, los tres niños comenzaron a llorar.
--Tago, Tago, ven --Jesús lo llamó con el apodo con el cual llamaba a su niñera.
Apolo y Artemisa no lo llamaron pero continuaron llorando. Santiago caminó más despacio esperando que la tía lo llamara diciéndole que ya vería cómo se resolvía la situación si por lo menos se hiciera cargo de los niños.
Pero su tía no lo llamó y la viejita de al lado cerró la ventana.
Excerpted from La Travesía de Santiago (Santiago's Road Home) by Alexandra Diaz
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Cuando cruzaba la frontera de México con Estados Unidos un muchacho se detiene por ICE en esta novela actual e impávida escrita por la autora galardonada Alexandra Díaz.
La cama cruje bajo el peso del cuerpo tembloroso de Santiago. Dicen que la vida de una persona pasa por su mente antes de morir. Pero esto no es toda su vida. Son solo los acontecimientos que lo llevaron a esta situación. Los más importantes y los que Santiago quisiera olvidar.
Las monedas en la mano de Santiago son para el boleto del autobús para regresar a la casa de su abuela abusiva. Pero él rehusa regresar. No lo van a extrañar. Su futuro es incierto hasta que se encuentra con María Dolores, cariñosa y maternal y su joven hija, Alegría. Este encuentro ayuda a Santiago a decidir lo que va a hacer. Va a acompañarlas hasta el otro lado, hasta los Estados Unidos de América.
Emprenden el viaje con muy pocas cosas, solo mochilas con agua y un poquito de comida. Viajar juntos requiere que confíen unos en los otros y Santiago está acostumbrado a ir solo. Ninguno de los tres viajeros se da cuenta de que la travesía a través de México hasta la frontera es solamente el comienzo de su historia.