Fantasma (Ghost)
Fantasma (Ghost)
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Perma-Bound Edition ©2023--
Library Binding (Large Print) ©2024--
Publisher's Hardcover ©2023--
Paperback ©2023--
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Simon & Schuster, Inc.
Just the Series: Atletismo (Track) Vol. 1   

Series and Publisher: Atletismo (Track)   

Annotation: "Ghost, a naturally talented runner and troublemaker, is recruited for an elite middle school track team. He must stay on track, literally and figuratively, to reach his full potential"-- cProvided by publisher.
 
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Catalog Number: #373721
Format: Perma-Bound Edition
Common Core/STEAM: Common Core Common Core
Reading Level: 4.8
Interest Level: 5-9
Capítulo 1: Récords mundiales Récords mundiales
Échate esto. Hay un tipo que se llama Andrew Dahl que tiene el récord mundial por inflar la mayor cantidad de globos... con la nariz. Ecolecuá. Es cierto. No estoy seguro de cómo se enteró de que eso era un talento especial, y no me puedo imaginar la cantidad de mocos que habrá en esos globos, pero, ya tú sabes, eso es lo suyo, y Andrew es el mejor. También hay una mujer que se llama Charlotte Lee que tiene el récord de ser dueña de la mayor cantidad de patos de goma. No es broma. Y esto es lo más raro de todo: ¿por qué alguien querría un pato de goma, mucho menos 5631? En serio, par favar. Y yo, bueno, yo probablemente tenga el récord mundial de saber más acerca de récords mundiales. Ese y el de comer la mayor cantidad de semillas de girasol.

--Déjame adivinar: ¿semillas de girasol? --el señor Charles casi me grita desde detrás del mostrador de lo que él llama su «tienda en el campo», aunque vivimos en una ciudad. El señor Charles --quien, ya que estamos, luce igualito a James Brown, si James Brown fuera blanco-- me ha cobrado las semillas de girasol cinco días por semana desde, déjame pensar... cuarto grado, que es cuando mamá empezó a trabajar en el hospital. Así que ya vamos más o menos por tres años. Además, él es «hipoacúsico», cosa que cuando mi mamá la decía yo siempre pensaba que decía «hipermúsico», lo que no tenía ningún sentido. No sé por qué no decía simple y llanamente «medio sordo». Tal vez porque «hipoacúsico» es como hablan en los hospitales y seguro que se le ha pegado. Pero, sí, el señor Charles casi no oye nada, motivo por el cual siempre le grita a la gente y la gente siempre le grita a él. Su tienda es un carnaval de chillidos, eso sin mencionar los efectos especiales extra que vienen del ruidoso televisor que tiene detrás del mostrador... con películas de vaqueros, una detrás de la otra. El señor Charles también es el tipo que me dio este libro --Los récords mundiales de Guinness-- que es donde aprendí acerca de Andrew Dahl y Charlotte Lee. Él me dice que un día yo puedo establecer un récord. Un récord de verdad. Ser uno de los mejores en el mundo en algo. A lo mejor. Pero una cosa es cierta: el señor Charles tiene que tener el récord por decir «Déjame adivinar: ¿semillas de girasol?», porque me dice eso cada vez que entro por esa puerta, lo que quiere decir que probablemente yo también tenga el récord por contestar, en voz alta, exactamente del mismo modo.

--Déjeme adivinar: ¿un dólar? --esa es mi respuesta. La he dicho un ceremillar de veces. Entonces, con una palmada, le pongo un billete en su mano arrugada, y él me pone la bolsa de semillas en la mía.

Después de eso, continúo con mi viaje en cámara lenta y sólo me vuelvo a detener al llegar a la parada de guaguas. Pero esta parada de guaguas no es una parada de guaguas cualquiera. Es la que está justo enfrente del gimnasio. Me quedo ahí sentado con el resto de la gente que espera la guagua, con la excepción de que yo en verdad nunca la espero. La guagua te lleva a casa rápido, y yo no quiero eso. Yo sólo voy ahí para mirar a la gente que hace ejercicios. Me explico: el gimnasio en la acera de enfrente tiene una enorme ventana --bueno, la pared entera es una ventana-- y tiene esas máquinas que te hacen sentir como si subieras escalones, y todos están de cara a la parada de guaguas con esa pinta de locos, como si estuvieran a punto de desmayarse. Y créeme: no hay cosa más cómica que eso. Así que yo me pongo a contemplar un rato el panorama, como si fuese una película: Quiénes están por desmayarse, con la actuación especial de los sube-escalones, del uno al diez. Ya sé que esto seguro que suena un poco raro, incluso hasta medio espeluznante, pero algo hay que hacer cuando uno se aburre, ¿no? La mejor parte de sentarme ahí es que me devoro las semillas de girasol como si fueran palomitas de maíz de los cines.

A propósito de las semillas de girasol. Antes yo me ponía un puñado en la boca a la vez, chupaba toda la sal, y luego las escupía como si fuera una metralleta. También podría haber establecido un récord mundial en eso. Pero, ahora, he madurado. Ahora me tomo mi tiempo, las muevo a uno y otro lado de la boca, las acomodo para la mordida perfecta que abra la cáscara de par en par y luego, cuidadosamente, separo la semilla con la lengua y entonces --y esta es la parte difícil-- mientras mantengo la semillita a buen recaudo en el espacio entre los dientes y la lengua, escupo las cáscaras. Y, por último, después de todo eso, mastico las semillas. Soy todo un experto, aunque, puesto a ser sincero, las semillas de girasol no saben a nada. Ni siquiera estoy seguro de que valgan la pena. Pero me gusta el proceso de todos modos.

Mi papá también solía comer semillas de girasol. De ahí es de donde me viene. Pero él lo masticaba todo. Las cáscaras, las semillas, todo. Las devoraba como si fuera una bestia. Cuando yo era mucho más pequeño, le preguntaba si le iba a crecer un girasol adentro, ya que comía tantas semillas. Él siempre se la pasaba mirando un partido de algo, ya fuera fútbol americano o básquet, y se volvía hacia mí por un segundo, el tiempo suficiente para no perderse una jugada y decía:

--Yo estoy lleno de girasoles, chamaco --entonces sacudía las semillas en la palma de la mano, como si fueran dados, antes de tirarse otro puñado en el chupasopa para zampárselo de un golpe.

Pero déjame decirte una cosa: mi papá mentía. Adentro no le crecía ningún girasol. No era posible. Yo no sé mucho de girasoles, pero sé que son lindos y que les gustan a las mujeres, y sé que la palabra girasol está compuesta por dos palabras buenas, y ese hombre no tiene dos palabras buenas ni nada que les guste a las mujeres, porque a las mujeres no les gustan los hombres que intentan matarlas y matar a sus hijos. Y esa es la clase de hombre que él era.

Fue hace tres años cuando a mi papá se le fundió un cable. Cuando el alcohol lo hizo incluso más cruel de lo que jamás había sido. Cada dos días se convertía en una persona diferente, como si se transformara en un loco, pero esa noche mi madre por fin decidió hacerle resistencia. Yo tenía la cabeza metida entre el colchón y la almohada, algo a lo que me había acostumbrado cada vez que ellos se echaban la bronca, cuando mi mamá entró como una tromba a mi cuarto.

--Nos tenemos que ir --me dijo mientras me quitaba el cubrecamas de un tirón. Y cuando no me moví, gritó--: ¡Levántate!

Lo próximo que supe fue que me arrastraba por el pasillo, mientras mis pies tropezaban entre sí. Y ahí fue cuando miré a mis espaldas y lo vi, a mi papá, que se tambaleaba desde el cuarto, con los labios ensangrentados y una pistola en la mano.

--¡No me hagas hacer esto, Teri! --le suplicó con un gritó rabioso, pero mi madre y yo seguimos avanzando. El sonido de la pistola al ser rastrillada. El sonido de la puerta al ser abierta. Tan pronto como ella abrió la puerta de par en par, mi papá disparó. ¡Nos disparó a nosotros! ¡Mi papá! Mi papá, para ser exactos, nos disparaba... a... ¡nosotros! ¡A su esposa y su hijo! No me fijé dónde había ido a parar la bala, más que nada porque temía que me hubiera dado a mí. O a mamá. El sonido fue potente y agudo, lo suficiente como para hacerme sentir que el cerebro me iba a estallar en la cabeza, lo suficiente como para que el corazón me diera un vuelco. Pero lo más loco de todo fue que sentí que el disparo --el ruido más fuerte que jamás había escuchado-- hizo que mis piernas se movieran aun más rápido. No sé si eso es posible, pero eso es, sin lugar a dudas, lo que me pareció.

Mi mamá y yo corrimos escaleras abajo, salimos a la calle e irrumpimos en la oscuridad con la muerte que nos pisaba los talones. Corrimos y corrimos y corrimos, hasta que por fin llegamos a la tienda del señor Charles, que, para nuestra fortuna, está abierta las veinticuatro horas. El señor Charles nos vio a mi mamá y a mí, sin aliento, llorando, descalzos y en pijamas, y nos escondió en su despensa mientras llamaba a la policía. Nos quedamos ahí la noche entera.

No he visto a mi papá desde entonces. Mamá me dijo que cuando los policías llegaron a la casa, él estaba sentado afuera, en los escalones, sin camisa, con la pistola a su lado, tragaba cerveza y semillas de girasol, y los esperaba. Como si quisiera que lo arrestaran. Como si no fuese gran cosa. Le echaron diez años en prisión, y, para ser sincero, no sé si eso me alegra o no. A veces, quisiera que lo hubiesen sentenciado a la cárcel por una eternidad. Otras veces, quisiera que estuviese en el sofá en casa, mirando su partido y sacudiendo las semillas en la mano. En cualquier caso, hay una cosa cierta: esa fue la noche en la que aprendí a correr. Así que cuando me cansé de estar sentado en la parada de guaguas enfrente del gimnasio y vi a todos esos chamacos entrenándose en la pista de carrera del parque, tuve que ir a ver a qué se debía eso, porque correr no es algo para lo que yo jamás haya tenido que entrenar. Eso es sencillamente algo que yo sabía hacer.


Excerpted from Fantasma (Ghost Spanish Edition) by Jason Reynolds
All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.

Finalista del Premio Nacional del Libro Para Literatura Joven (National Book Award for Young People’s Literature) y nominada como una de las novelas más queridas de Estados Unidos por The Great American Read de PBS.

Fantasma quiere ser uno de los corredores más veloces en su equipo élite de atletismo en su escuela, pero su pasado lo está retrasando en esta primera electrificante novela de la aclamada serie Track del autor Jason Reynolds, honorario de un Premio Newberry.

Fantasma. Lu. Patina. Sunny. Cuatro jóvenes de familias completamente diferentes, con personalidades que se vuelven explosivas al chocar. Pero son también cuatro jóvenes de secundaria que fueron escogidos para un equipo de élite de atletismo… un equipo que los podría ayudar a clasificar para las Olimpiadas Juveniles. Todos tienen mucho que perder, pero también tienen mucho que demostrar, no solo a sus compañeros sino a sí mismos.

Correr. Eso es todo lo que Fantasma (su verdadero nombre es Castle Cranshaw) jamás había conocido. Pero Fantasma ha estado corriendo por las razones equivocadas—todo empezó cuando huyó de su padre, quien cuando Fantasma era sólo un niño lo persiguió a él y a su madre a través de su apartamento, y luego en la calle, con un arma tirando a matar. Desde entonces Fantasma ha estado causando problemas—hasta que conoce al Entrenador, un ex-medallista olímpico quien logra ver algo en Fantasma: un loco talento natural. Si Fantasma logra mantenerse en el camino correcto, literal y figurativamente, él podría convertirse en el mejor corredor de la ciudad. ¿Podrá Fantasma aprovechar su talento por la velocidad, o será que su pasado por fin lo logrará alcanzar?


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