Nacer Bailando (Dancing Home)
Nacer Bailando (Dancing Home)
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Perma-Bound from Publisher's Hardcover ©2011--
Publisher's Hardcover ©2011--
Paperback ©2013--
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Atheneum
Annotation: When Margie's cousin Lupe comes from Mexico to live in California with Margie's family, Lupe must adapt to America, while Margie, who thought it would be fun to have her cousin there, finds that she is embarrassed by her in school and jealous of her at home.
 
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Catalog Number: #52156
Format: Perma-Bound from Publisher's Hardcover
Word Count: 24,985
Reading Level: 6.1
Interest Level: 3-6
Accelerated Reader: reading level: 5.9 / points: 4.0 / quiz: 144849SP / grade: Middle Grades
Lexile: 880L


El mapa

Margie se sentÍa nerviosa mientras esperaba a la directora de la escuela, sentada en una silla frente a su oficina. MantenÍa los ojos fijos en un mapa enorme que cubrÍa por entero la pared. Aunque la seÑora Donaldson siempre le habÍa parecido una persona agradable, Margie nunca antes habÍa tenido que dirigirse a ella.

El mapa mostraba CanadÁ, los Estados Unidos y parte de MÉxico. Alaska y el resto de los Estados Unidos aparecÍan en un color verde fuerte y vÍvido. CanadÁ era de color amarillo brillante. Sin embargo, la pequeÑa parte de MÉxico que se veÍa era de un color arenoso y apagado, un color cuyo nombre Margie no hubiera podido precisar.

Para ella, los mapas eran una invitaciÓn a soÑar, una promesa de que algÚn dÍa visitarÍa lugares distantes, de cualquier regiÓn del mundo. Al mirar ese mapa, podÍa imaginarse admirando los glaciares gigantescos de Alaska, sorprendiÉndose frente al Gran CaÑÓn del Colorado, dejando que su vista se perdiera en las llanuras interminables del centro de los Estados Unidos, tratando de orientarse en medio del bullicioso Nueva York u observando las costas rocosas de Maine. Pero cuando sus ojos empezaron a traspasar la frontera sur del paÍs, dirigiÓ la vista a otra parte.

«Ese no es un sitio que quiero visitar», pensÓ, recordando tantas conversaciones entre sus padres y algunos vecinos: historias de familias sin suficiente dinero para vivir una vida digna, de gente enferma sin recursos para recibir atenciÓn mÉdica, de personas que habÍan perdido su casa o sus tierras. A medida que rechazaba esos pensamientos, su corazÓn se llenaba de orgullo porque sabÍa que ella habÍa nacido al norte de esa frontera, en los Estados Unidos de AmÉrica, porque sabÍa que era estadounidense.

MirÓ a la niÑa que esperaba a su lado, sentada en otra silla: su prima Lupe, que no habÍa tenido la suerte de haber nacido, como ella, en los Estados Unidos. Acababa de llegar de MÉxico y se veÍa completamente fuera de lugar con el vestido de fiesta que se habÍa empeÑado en usar: «Mi madre lo hizo especialmente para mÍ», habÍa rogado, y la madre de Margie le habÍa permitido ponÉrselo. El vestido era demasiado elegante para la escuela. Y Margie se sentÍa avergonzada de que la vieran con una prima vestida como muÑeca.

Sus compaÑeros de clase se burlarÍan del vestido de organdÍ y de las largas trenzas de Lupe. Y le preocupaba que las burlas recayeran sobre ella tambiÉn. ¿VolverÍan a mofarse, chillando «Maarguereeeeeta, Maarguereeeeeta» y preguntÁndole cuÁndo habÍa cruzado la frontera desde MÉxico? ¡La habÍan moles-tado tanto!

HabÍa sido una larga lucha tratar de que los chicos no la consideraran mexicana. Se sentÍa muy orgullosa de haber nacido en Texas. Era tan estadounidense como cualquier otro. TemÍa que, por culpa de Lupe y su tonto vestido, todo recomenzara. Ya podÍa oÍrlos preguntÁndole por quÉ no traÍa burritos para el almuerzo o riÉndose mientras decÍan: «No way, JosÉ».

TodavÍa estaba pensando en cuÁnto le hubiera gustado convencer a Lupe de que se vistiera de manera normal, cuando apareciÓ la directora. Caminaba apresurada y les hizo seÑas para que entraran con ella a su oficina.

—Buenos dÍas, Margarita. ¿En quÉ puedo ayudarte?

Las palabras de la seÑora Donaldson encerraban un mensaje muy claro: «Estoy muy ocupada y no puedo perder ni un minuto».

—Buenos dÍas, seÑora Donaldson. Le presento a mi prima Lupe. Acaba de llegar de MÉxico. Mi madre ha dicho que . . .

La directora, que habÍa empezado a ordenar los papeles que tenÍa sobre el escritorio, la interrumpiÓ:

—Tu madre la inscribiÓ ayer, Margarita. Puedes llevarla a tu clase.

—¿A mi clase? —La voz de Margie estaba cargada de sorpresa y urgencia—. Pero ella acaba de llegar. Es de MÉxico. No sabe hablar.

La directora mirÓ a Margie fijamente:

—Quieres decir que no sabe hablar inglÉs, ¿verdad? Porque me imagino que espaÑol sÍ sabe. —Y volviÉndose a Lupe, le dijo muy despacio—: Bien-ve-ni-da a Fair Oaks, Lupe. Bonito vestido.

Lupe sonriÓ con timidez, pero siguiÓ mirando hacia abajo y contestÓ con un tono que apenas podÍa oÍrse:

—Muchas gracias.

Margie impuso su voz:

—Bueno, sÍ, claro que habla espaÑol. Pero en mi clase hablamos solo en inglÉs. No se va a sentir bien, seÑora. —Se sorprendiÓ de haberse atrevido a hablar con tanta audacia, contradiciendo a la directora, pero no querÍa por nada aparecer en el salÓn con su prima mexicana. «¿Por quÉ la seÑora Donaldson habÍa alabado el tonto vestido de fiesta? ¿Por quÉ eran tan falsos los adultos?», se preguntaba.

La directora respondiÓ con firmeza:

—La clase bilingÜe de quinto grado tiene demasiados alumnos. No hay forma de aÑadir a alguien mÁs. A juzgar por las calificaciones que ha traÍdo, Lupe es muy buena estudiante. Y como tÚ la puedes ayudar, tanto aquÍ como en tu casa, espero que le vaya bien en tu clase. —Y con una voz que no dejaba lugar a discusiÓn, aÑadiÓ—: CreÍ que estarÍas feliz con esta decisiÓn. ¡Es tu prima, Margarita!

La directora se mostraba tan severa que Margie optÓ por no decir nada mÁs. Se levantÓ y le hizo seÑas a Lupe para que la siguiera. Al salir de la oficina, volviÓ a mirar el enorme mapa de los Estados Unidos. Era un gran paÍs, y ella estaba muy contenta de haber nacido ahÍ y de hablar inglÉs tan bien como cualquiera de sus amigos.

Lupe la siguiÓ por el pasillo. No habÍa comprendido la conversaciÓn con la directora. Le quedaba claro que su prima estaba enojada, pero no sabÍa por quÉ. Le llamaba la atenciÓn lo que iba viendo a medida que se acercaban al aula. ¡Todo era tan diferente de MÉxico! Nunca habÍa estado en una escuela con tantas cosas en las paredes. Y todavÍa se le hacÍa difÍcil creer que los alumnos no usaran uniforme. La habÍa sorprendido mucho cuando, poco despuÉs de llegar a California, su tÍa se lo habÍa explicado. TÍa Consuelo le habÍa comprado ropa nueva, pero en ese primer dÍa de clases, Lupe quiso usar el vestido de organdÍ rosado que su madre le habÍa hecho. ParecÍa que a Margie no le gustaba, pero para ella era importante causar una buena impresiÓn.

Cuando la prima abriÓ la puerta del aula, Lupe se sintiÓ aÚn mÁs sorprendida. Era evidente que estaban en un salÓn de clases, pero en lugar de las filas ordenadas de pupitres a las que estaba acostumbrada, allÍ los estudiantes estaban distribuidos en grupos por toda el aula. Y ¡cuÁntas cosas habÍa!: carteles en las paredes, mÓviles colgados del techo, libros en los estantes . . . , ¡hasta una pecera! Y las carpetas y las mochilas, regadas por todas partes, hacÍan que el lugar se viera, incluso, caÓtico, que pareciera mÁs una estaciÓn de autobuses que un salÓn de clases. Totalmente asombrada, se quedÓ en la puerta, teme-rosa de entrar. ObservÁndolo todo con el rabillo del ojo, recordaba el aula tan limpia y ordenada de su vieja escuela de MÉxico. De momento, se dio cuenta de que todos la estaban inspeccionando. MirÓ hacia abajo y se quedÓ contemplando el piso.

Mientras, Margie se habÍa dirigido al escritorio de la maestra.

—SeÑorita Jones, le presento a mi prima Lupe GonzÁlez. La seÑora Donaldson me dijo que la trajera. Pero tiene que haber algÚn error. Ella debiera ir a una clase bilingÜe, ¿no es cierto?

La maestra no le contestÓ y, en cambio, estaba a punto de dirigirse a Lupe. Margie volviÓ a mirar a su prima, que no se habÍa movido, y le hizo seÑas de que se aproximara. Como la niÑa no se animaba a entrar, la fue a buscar y la llevÓ de un brazo. Lupe se sobresaltÓ, y todos los alumnos se echaron a reÍr. AlzÓ la vista y vio que a Margie se le habÍa encendido la cara de vergÜenza.

Completamente disgustada, Margie la condujo hasta el escritorio de la maestra.

—Buenos dÍas, Lupe. ¿CÓmo estÁ usted? —dijo la seÑorita Jones muy despacio, pronunciando cada sÍlaba.

Sorprendida de que la maestra le hablara de un modo tan formal, Lupe no sabÍa cÓmo contestar. Pero sÍ sabÍa que debÍa mostrarse respetuosa y bajÓ la vista. En la clase, volvieron a oÍrse risas.

—Margie, haz que tu prima se siente a tu lado, al fondo de la clase, asÍ podrÁs traducirle mis palabras. Lo Único que sÉ de espaÑol es lo que acabo de decir.

—Pero, seÑorita Jones . . . —La urgencia en la voz de Margie habÍa ido en aumento—. Yo no sÉ mucho tampoco. No voy a poder traducir lo que usted diga. AdemÁs, me siento adelante, junto a Liz.

—Te he cambiado al fondo. AsÍ podrÁs traducir mientras yo hablo, sin molestar al resto de los compaÑeros. Ahora siÉntate, por favor. La clase deberÍa haber empezado ya. Y dile a tu prima que, aunque sienta timidez, debe mirarme mientras le hablo.

Margie se dirigiÓ disgustada hacia su nuevo pupitre, pero Lupe se quedÓ parada frente al escritorio de la maestra. Todos los chicos empezaron a reÍrse de nuevo. Margie volviÓ y la tironeÓ de un brazo para que la acompaÑara. Lupe la siguiÓ en silencio. Cuando se atreviÓ a levantar la vista y sonreÍr, los alumnos estallaron otra vez en carcajadas, hasta que la seÑorita Jones les ordenÓ que se callaran.

Mientras la maestra hablaba sin descanso sobre los peregrinos ingleses, Margie trataba de encontrar palabras en espaÑol para traducir lo que explicaba, aunque era incapaz de decir siquiera parte de lo que oÍa y, por eso, se quedÓ en silencio. Lupe intentaba entender lo que escuchaba, pero al fin se dedicÓ a pasar las pÁginas del libro de historia que tenÍa delante y a observar las ilustraciones.

Margie se sentÍa muy lastimada. Le gustaba sentarse en el frente de la clase; ese habÍa sido siempre su lugar, y Liz era su mejor amiga. Ahora tenÍa que estar en el otro extremo del salÓn, y en cambio, Betty se sentaba con Liz. PodÍa verlas conversando y sonriendo como si ya fueran amigas Íntimas.

El dÍa que su madre habÍa anunciado que Lupe irÍa a vivir con ellos, Margie se habÍa unido a la alegrÍa de la familia. No tenÍa hermanos, y como ninguno de sus compaÑeros de escuela vivÍa cerca de su casa, le pareciÓ que serÍa divertido tener alguien con quien entretenerse. AdemÁs, Lupe podrÍa ayudarla con las tareas de la casa. Fregar y secar los platos y recoger la cocina despuÉs de la comida serÍa menos aburrido si lo hacÍan juntas. Pero sobre todo, habÍa tenido la esperanza de que, cuando Lupe viviera con ellos, serÍa mÁs fÁcil convencer a su madre de que la dejara ir a visitar a Liz o de que le permitiera ir a las tiendas sin su compaÑÍa. No habÍa reflexionado en lo absoluto sobre cÓmo la presencia de su prima le afectarÍa la vida escolar. Se habÍa imaginado que, una vez que llegaran a la puerta de la escuela, se separarÍan: Lupe irÍa a la clase bilingÜe, y ella, a su propio salÓn con sus amigos.

—¡Margie! ¿Me estÁs escuchando? —La seÑorita Jones se veÍa muy enfadada. Todos miraban a Margie, que sintiÓ que una vez mÁs se le encendÍa la cara.

—¿CuÁndo vas a comenzar a traducirle a tu prima lo que he estado diciendo?

—Pero ya se lo he explicado, seÑorita Jones, no sÉ mucho espaÑol. Yo nacÍ en Texas.

Margie hablaba en voz muy baja, en contraste con la risa sonora de John y Peter, los dos chicos sentados a su derecha.

—¡Basta ya! —La maestra mirÓ a John y a Peter de una forma que imponÍa silencio—. Saquen el cuaderno de matemÁticas.

Margie estaba muy confundida. ¿CÓmo podÍan cambiar las cosas tan rÁpidamente? Se habÍa sentido siempre muy cÓmoda en esa clase y, de pronto, todo parecÍa estar fuera de control. FijÓ la vista en el cuaderno, aunque los nÚmeros se veÍan tan borrosos que apenas podÍa reconocerlos.

Durante la conversaciÓn entre la maestra y su prima, Lupe no habÍa levantado la vista. Aunque no comprendÍa las palabras, sabÍa que tenÍan que ver con ella y se sentÍa tan avergonzada que escondiÓ la cara en el libro de historia. Lo que hubiera querido, en realidad, era meterse debajo del pupitre o, aun mejor, huir corriendo a MÉxico. Luego la seÑorita fue hasta el fondo de la clase y le puso delante un cuaderno de matemÁticas abierto. Lupe mirÓ la pÁgina llena de nÚmeros y sonriÓ. ¡Por fin habÍa algo que podÍa hacer! TomÓ el lÁpiz y empezÓ a resolver las ecuaciones, mientras que Margie trabajaba mucho mÁs despacio en ejercicios similares. Lupe terminÓ la Última operaciÓn y voltÉo la hoja. En las siguientes, no habÍa nÚmeros, sino palabras. MirÓ a Margie, pero ella no habÍa llegado siquiera a la mitad de la primera pÁgina. Una vez mÁs, se sintiÓ perdida y se le humedecieron los ojos. La seÑorita Jones se acercÓ a su pupitre, y Lupe le mostrÓ la pÁgina que habÍa completado.

¡Excellent!—exclamÓ en inglÉs la maestra, satisfecha. Y luego repitiÓ en espaÑol—: ¡EX-CELEN-TE! —LevantÓ el cuaderno para que todos lo pudieran ver y aÑadiÓ—: Margie, ¿podrÍas traducirle, por favor, los problemas siguientes?

Pero Margie levantÓ la vista y negÓ con la cabeza:

—No puedo, seÑorita Jones, de verdad, no puedo.

La maestra buscÓ otra pÁgina con operaciones para Lupe y regresÓ al frente de la clase. Mientras caminaba hacia su escritorio, Lupe mirÓ la pÁgina en la que trabajaba su prima. SeÑalÓ una de las respuestas que Margie habÍa escrito y le dijo:

—No es asÍ.

Lupe escuchÓ una risita de los chicos:

—No EX-CE-LEN-TE, Maaargueeereeetaaa. —VolviÓ a bajar la cabeza, sonrojÁndose, y deseÓ no haber hablado.

A la hora del almuerzo, las primas quedaron Últimas en la fila. Lupe vio que Margie saludaba con la mano a una niÑa de pelo rizado y que buscaba con la vista un sitio vacÍo cerca de ella, pero cuando por fin recibieron la comida, todos los asientos en esa zona estaban ocupados y tuvieron que ubicarse en el otro extremo.

Varias veces Lupe tratÓ de decir algo, pero Margie la hizo callar cada vez. Almorzaron en silencio. Margie dejÓ casi toda la comida en la bandeja.

© 2011 Alma Flor Ada



Excerpted from Nacer Bailando (Dancing Home) by Alma Flor Ada, Gabriel M. Zubizarreta
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Un año de revelaciones culmina con una actuación llena de sorpresas, mientras dos niñas descubren su lugar en el mundo.

Un año de revelaciones culmina con una actuación llena de sorpresas, mientras dos niñas descubren su lugar en el mundo.

México es el país de sus padres, pero no el de Margie. Ella ha logrado convencer a sus compañeros de escuela que es cien por ciento estadounidense, igual que ellos. Pero cuando Lupe, su prima mexicana, va a vivir a su casa, la imagen de sí misma que había creado se deshace.

La situación de Lupe no es fácil. Siente que su casa de México no es un hogar desde que el padre se fue al norte. La esperanza de poder encontrarlo en los Estados Unidos le da algo de consuelo, pero aprender un idioma nuevo en una escuela nueva representa un gran desafío. Al igual que Margie, Lupe necesita una amiga.

Poco a poco, los pasos de cada niña van encontrando el ritmo de un baile compartido, a medida que descubren el verdadero significado del hogar. Siguiendo la tradición de Me llamo María Isabel, Alma Flor Ada y su hijo Gabriel M. Zubizarreta ofrecen un relato honesto de los valores de la familia y de la amistad, y de la experiencia que debe atravesar el inmigrante: volverse parte de algo nuevo y, a la vez, conservar la propia identidad.


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